Por Rebeca Madriz Franco
Febrero 2009
Al plantearnos los desafíos
del movimiento feminista en América Latina, es necesario en primer lugar,
ubicarnos en el contexto económico y social de una región caracterizada por
profundas desigualdades sociales. Desigualdades que se manifiestan en todos los
ámbitos, pero que muestra su rostro más cruel cuando se trata de las mujeres, y
su mayor desmembramiento cuando se trata de la organización de los sectores
sociales en la lucha articulada por la conquista de sus derechos y
reivindicaciones. De esta manera, el movimiento feminista en la región tiene
entre sus mayores obstáculos la desarticulación de las luchas, enmarcadas cada
una en sus propias realidades nacionales y al margen de un mundo globalizado
que arrastra y retrograda cada vez más, los logros hasta ahora alcanzados por
las mujeres; situación que se profundiza ante la actual crisis capitalista.
A esta situación
globalizada, se le suman otras realidades; mujeres desplazadas; tráfico y
prostitución forzada de mujeres, niñas y niños; feminicidios; feminización de
la pobreza; analfabetismo; violencia física, psicológica y sexual; violencia
comunicacional; mercantilización de la imagen de la mujer; acceso desigual al
empleo y a los cargos de decisión política; entre otra gama de fenómenos que
afectan principalmente a las mujeres; y que junto a las restricciones legales,
las políticas neoliberales, y la iglesia católica diversifican y profundizan la
discriminación que sufre la mujer. Y es que las mujeres de América Latina, estamos
subsumidas en nuestras propias realidades, tratando de sobrevivir en las
condiciones a las que hemos sido sometidas.
En este sentido, el
movimiento feminista latinoamericano no puede menos que requerir de una lucha
cohesionada e igualmente globalizada, que permita, en primer lugar, la creación
de una red o plataforma organizada que posea un programa único y consensuado
que abrace las diferentes necesidades, realidades y reivindicaciones del
movimiento de mujeres, pues requerimos de la más amplia unidad e inclusión en
una lucha común contra el Patriarcado como sistema jerárquico de opresión y
explotación.
Una plataforma que si bien
requiere de autonomía, requiere también de una clara posición antiimperialista
y antineoliberal que asuma la vocería de las mujeres latinoamericanas frente a
las realidades políticas, económicas y sociales que enfrenta nuestra región,
pues no puede obviarse el capitalismo, como elemento fundamental que va en
detrimento de la situación de las mujeres, colocándonos en los márgenes de
pobreza más extrema.
Requerimos pues de un
espacio amplio que permita la integración de los diversos movimientos y
expresiones feministas bajo una misma lógica que propugne la igualdad de
derechos y condiciones para las mujeres.
De manera que la politización
del movimiento feminista es indispensable para incidir en el progresivo avance
de nuestros derechos. Es por ello que esa amplia unidad, que debe incluir a
todas las mujeres que se desarrollen en un ámbito y bajo condiciones
específicas; debe tener como precondición: el carácter antineoliberal y
antiimperialista claro y manifiesto, que reafirme la lucha de las mujeres
contra los sistemas que nos oprimen, pues las feministas estamos obligadas a
imbuirnos con nuestros pueblos en las luchas por mejores condiciones de vida,
por la autodeterminación, por la libertad y por la liberación nacional.
Los principales enemigos de
las mujeres los hemos identificado -el patriarcado y el capitalismo- el reto
que se nos plantea hoy es la construcción de una alternativa real para nuestra
América.
Desde una Argentina con un
histórico y fuerte movimiento feminista en movilización permanente. Pasando por
un Uruguay en el que la influencia judío cristiana de un Gobierno en teoría
progresista, reta las mayorías del pueblo frente a la propuesta de
despenalización del aborto, dando al traste con el merecido avance en materia
de derechos sexuales y reproductivos para las mujeres. Un Chile en similar
situación, donde la incidencia y arremetida de la Iglesia Católica cercena los
derechos de las mujeres. Un Ecuador que pese a estar atravesando un proceso
transformador, posee entre sus banderas la protección del feto desde el momento
de la concepción, limitando el derecho de las mujeres a decidir sobre su
cuerpo. Asimismo la situación de las mujeres colombianas, cada vez más
alarmante frente a la ola de desplazamientos por la guerra de un país en el que
las mujeres, son las principales víctimas de un estado paramilitar que arremete
contra los más débiles. Una Bolivia donde las mujeres han venido siendo
objetivo de las arremetidas de los sectores más reaccionarios. Un Brasil donde
ser proxeneta se coloca entre los negocios más rentables de los sectores
económicos dominantes. Una América central que sufre los embates más nefastos
del neoliberalismo obligando a las mujeres a buscar “mejores” condiciones de
vida y emigrar en un viaje donde el hilo entre la vida y la muerte, se hace
casi invisible por tratar de lograr mínimas condiciones de existencia. Hasta un
México, en el que la mano asesina de las transnacionales, con el aval y
silencio del gobierno, y las grandes mafias, hacen de los asesinatos de mujeres
por razón de su sexo, una práctica cotidiana y cruenta que enluta miles de
hogares por año; son necesarias para este reto histórico.
Esta superficial panorámica
de nuestras condiciones, requiere de mujeres conscientes, organizadas,
articuladas y movilizadas por la conquista de la igualdad económica, política y
social; así como por la liberación de nuestras naciones de las cadenas de las
potencias imperialistas y la explotación capitalista.
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