Por
Rebeca Madriz Franco
Junio
2011
“La Historia sexualmente nos ha negado, partiendo de la
religión y su gran mito de la manzana, el comienzo histórico de todo el
universo de culpa adjudicada a este ser errante, a ese hombre mutilado como nos
llamó Aristóteles, a este sexo que no existe, como afirma empíricamente Freud”*,
sin embargo, desde el feminismo y los estudios de género hemos venido
reiterando que esa supuesta supremacía masculina no es biológica como
históricamente se nos hizo creer, sino cultural, y por lo tanto podemos y
debemos luchar por transformar toda la serie de relaciones sociales que en
torno a esas diferencias biológicas se han construido y han justificado hasta
hoy profundas desigualdades sociales. De allí que en el ejercicio de la
sexualidad se considere al hombre como sujeto activo de la relación, y a la
mujer como ente pasivo–objeto, pero nunca como sujeta con necesidades propias,
el resultado ha devenido en una frigidez colectiva que tiene su asidero en una
sexualidad que pierde el sentido y su esencia, cuando más allá del disfrute y conocimiento,
reconocimiento, amor, implica una
obligación frustrante para las mujeres.
Hablar de la sexualidad
femenina sigue siendo un tabú en nuestra sociedad, y es que sumado a la gran
cantidad de mitos que giran en torno a la temática, se sigue sin tomar en
cuenta lo más importante: la visión, la opinión y el sentir de las
protagonistas. Entre otras cosas, porque las mujeres hemos sido despojadas de
nuestros cuerpos, y éste ha sido puesto –históricamente- al servicio del
hombre, de sus antojos, deseos y necesidades, llegando al extremo de hacernos
vivir, pensar y SENTIR en función de los otros. Así, el placer, disfrute y
ejercicio de una sexualidad plena es un misterio para la gran mayoría de las
mujeres, no sólo por desconocimiento, sino fundamentalmente por todos los
temores que implica muchas veces cuestionar aquello que hasta ahora hemos
considerado “natural”, propio de las mujeres.
El despojo de nuestro
cuerpo tiene una relación directa con el desconocimiento que de él tenemos las
propias mujeres: lo sentimos como ajeno (porque así se nos ha enseñado), incómodo,
y sobre él se tejen y levantan las más grandes inconformidades de las mujeres
(que la mayoría de las veces son saciadas por los mercados), sin embargo, es hora ya de
entender que nuestro cuerpo no es ese cúmulo de inconformidades que se nos ha
impuesto, sino que es nuestro principal territorio político, de lucha.
Por otro lado, es
indispensable rescatar otra de las grandes conquistas del feminismo, aquella
que nos permitió separar la sexualidad de la reproducción, porque desde esa
visión no sólo se coadyuvó a amputar la sexualidad de las mujeres, sino que
también se ha justificado la dicotomía que excluye las prácticas diversas,
porque reduce y limita la sexualidad a la penetración y el coito, obviamente
entendiendo estas prácticas dentro de la heterosexualidad como norma.
Asimismo nuestra sexualidad
se ve influida muchas veces por toda la enorme lista de “males” que se
pretenden achacar a las mujeres, y que terminan convirtiendo cada etapa de
nuestras vidas en un conjunto de complejos castrantes del ejercicio libre,
pleno y autónomo de nuestra sexualidad, comenzando por ejemplo, por un modelo
de mujer como ideal de belleza, único que parte de la condición natural del
cuerpo de las mujeres como feo, defectuoso, anormal, etc., creando complejos,
vergüenza e incluso miedo por nuestro propio cuerpo, que sumado a la
virginidad, la menstruación, la menopausia, la frigidez, el orgasmo (ignorado,
obligado, o como exigencia social), terminan convirtiendo la sexualidad en un
“privilegio masculino”, patrimonio exclusivo de los hombres.
El reto principal para las
mujeres es pues, reapropiarnos de nuestros cuerpos, comenzar desde ya a
reconocernos, a sentir, a decir, a valorar sin tapujos, a construir una
sexualidad femenina que no esté mediatizada por los valores capitalistas y la
cultura Patriarcal.
*Autoconocimiento,
Autodefensa- Cartilla Feminista, Colectivo Juana Julia Guzmán, 2010.
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